Una llamada nacida de la realidad cuyana

A comienzos del siglo XX, la región cuyana experimentaba un crecimiento económico y poblacional, pero con una gran carencia: no existían centros educativos accesibles para las jóvenes más desfavorecidas. El entonces pueblo de Belgrano, hoy Godoy Cruz, pedía a gritos una educación humanista y cristiana que acompañara la vida rural y artesana de la zona. En ese contexto, doña Olaya Pescara de Tomba, mujer profundamente cristiana y con fuerte sensibilidad social, viajó a Chile en 1901. Allí conoció la obra de la Compañía de María en Molina de Talca, dedicada a la formación de niñas huérfanas y muy pobres. Ese encuentro fue decisivo: percibió que ese modelo de escuela, con orientación artesana, religiosa y rural, era justamente lo que necesitaban las jóvenes de su tierra.

El impulso generoso de una mujer y la respuesta de la Compañía

Impactada por la experiencia chilena, doña Olaya ofreció su vida, sus bienes y sus sueños para que esa misma obra se hiciera realidad en Mendoza. En su corazón había una convicción clara: la educación cristiana es un camino de transformación social. Por eso, buscó a la M. Dolores Rodríguez y a la H. Aurora Dinator, religiosas de la Compañía de María, para compartir su proyecto y animarlas a concretarlo en Cuyo. Ellas, movidas por el mismo espíritu que llevó a Juana de Lestonnac a fundar la Compañía de María, regresaron a Mendoza con la misión de hacer vida esta intuición. Sin embargo, el camino no fue fácil: los trámites de la fundación se encontraron con serias dificultades legales, económicas y eclesiales. Fue necesario perseverar en la confianza en Dios, discerniendo paso a paso, hasta que el obispo de Cuyo, Fr. Marcolino Benavente, y la superiora de Mendoza, Herminda Mayorga, otorgaron finalmente la autorización para iniciar la obra.

El nacimiento de una obra al servicio de la mujer y de la sociedad

El 24 de marzo de 1905, salieron de la Casa de Mendoza las cinco fundadoras hacia Belgrano: Dolores Rodríguez (superiora), Gertrudis Lima (subpriora), María Jesús Ferreyra, Leonor Correas y Aurora Dinator. Al día siguiente, fiesta de la Encarnación, comenzaron oficialmente las clases. Desde sus inicios, el colegio mostró frutos abundantes: las niñas recibían una sólida formación ética y religiosa, junto con oficios prácticos que les permitieran desenvolverse en la vida social y laboral. Se establecieron tres grupos de alumnas: internas, mediopensionistas y externas, siendo la mayoría de ellas atendidas gratuitamente. Así, el colegio no solo abrió las puertas del saber, sino que se convirtió en espacio de inclusión y promoción humana, con una fuerte impronta social y cristiana, fiel al carisma de la Compañía de María.

Perseverancia en medio de dificultades

Con el paso de los años, la obra fue creciendo en número de alumnas y en proyección social. El local resultaba insuficiente y pronto se vio la necesidad de nuevas construcciones. El 17 de diciembre de 1918 se colocó la primera piedra del actual colegio e iglesia, con el aporte generoso de Olaya Pescara y otras bienhechoras como Rosa Orrego y Mercedes Videla. El edificio adoptó un estilo colonial, sencillo y funcional, con amplias aulas y espacios luminosos. Allí, la misión se expandió con la apertura del Secundario y la Escuela Comercial, lo que implicó cerrar el antiguo Ateneo donde hasta entonces se capacitaba en corte, confección y oficios manuales. La nueva propuesta educativa siguió siendo fiel a la intuición inicial: formar mujeres íntegras, capaces de incidir en su entorno social y de vivir su fe de manera comprometida. Así, a pesar de las dificultades en relación a terremotos que han sido un desafío para la misión educativa, la Compañía de María en Godoy Cruz se consolidó como presencia viva del Evangelio y de la pedagogía lestonnaciana en la región cuyana.